El jueves asistí en la
Casa del Lector al diálogo entre Pablo d'Ors, autor de Biografía del
silencio (Breve ensayo sobre meditación) editado por Siruela, y
Antonio Basanta, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Germán Sánchez
Ruipérez.
Volví
contentísima a mi casa, por varias razones. La primera, porque fue un diálogo
de gran calidad intelectual, humana y espiritual, en el sentido más amplio del
espíritu. La segunda porque se habló de algo que normalmente, los que nos
dedicamos a la difusión de la lectura decimos, y que yo personalmente repito
machaconamente desde hace años, a los futuros maestros y profesores a los que
trato de formar.
La
lectura es una actividad que se realiza en silencio y en soledad. Como vivimos
en una sociedad fundamentalmente ruidosa y "conectada", hay que
educar en el silencio y en la soledad. Dicho de otro modo, como señala D'Ors,
es fundamental aprender a estar consigo mismo.
Cuando
a mis alumnos les digo que quien no asume la soledad, que forma parte de la
condición humana, no asume tampoco al otro, me miran como si acabara de
aterrizar del planeta Marte. Tengo que decir que me siento muchas veces como el
personaje de Mendoza, Gurb. Comprendo que los años pasan, uno se hace mayor y
habla de cosas que nada tienen que ver con lo que hoy ocurre, pero cuesta
asumirlo.
¿Por
qué no se lee? ¿Por qué los índices de lectura en España son tan bajos? Sobre
esto se escriben ríos de tinta, pero no terminamos de resolver este problema en
un país que deja mucho que desear en lo que a elaboración y desarrollo de un
discurso se refiere. La educación debería trabajar todos estos temas, a ser
posible de forma real. Está claro que en la escuela y el instituto hay que
enseñar a leer y escribir y además, a pensar. ¿Se hace todo esto? Para lo cual,
algo tan elemental como que el que enseña, sepa todo lo anteriormente dicho,
con lo que volvemos inevitablemente a la formación del profesorado, al que hay
que dar las armas que se le dice, debe utilizar.
Leer,
me da igual en papel que en formato digital, requiere en primer lugar un acto
volitivo. ¿Quiero leer? Tengo que buscar el libro, cogerlo entre mis manos,
sentarme, lo que significa parar, y abrir sus páginas para sumergirme en otro
mundo. ¿Estoy dispuesto a ello?
Los
niños sí, pero no siempre se acierta en cómo se les presenta la lectura.
Los
adolescentes lo están igualmente, cuando se les presentan libros de su interés,
sin embargo, es en Secundaria cuando se pierde el deseo de leer. ¿Por qué se
introducen de forma obligatoria en el currículo de Lengua lecturas, para
examinar sobre lo leído? Este es el fallo mayúsculo que nadie resuelve.
¿Interesa resolverlo? ¿Y si nos da a todos por leer y por tanto, por pensar?
Los
adultos que nunca encuentran tiempo para leer, se diría que no quieren. Pennac,
en su famoso ensayo, Como una novela, habla de la lectura robada al
tiempo, tal y como se le roba al tiempo, el amor.
Volviendo
al silencio y a la soledad. Si bien en los primeros años de lectura e incluso
después, conviene que el adulto lea en voz alta, los oyentes, sean uno o
varios, estarán igualmente sentados = parados, en silencio = callados y en
soledad= aislados; porque aunque se hayan colocado en círculo, su imaginación
vuela individualmente hacia otro mundo, el de la palabra que escucha atentamente
y la imagen que se representa es individual, así como el efecto que las
palabras producen.
Educar
en el silencio y en la soledad es educar para ser uno mismo, para reflexionar,
para pensar y como añadiría Pablo d'Ors, para meditar.