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jueves, 5 de febrero de 2015

Voz de alarma

     Hoy aparece en el diario El País un artículo de Winston Manrique Sabogal con el título de Los editores españoles lanzan un SOS, como si acabaran de descubrir la pólvora.
Que en España el 65 % de la población no lee nunca o solo a veces, según una encuesta del CIS y la industria editorial se ve abocada a la bancarrota, no es novedad alguna.
    Me parece estupendo que al fin caigan en la cuenta y reconozcan que lo que se hace en las aulas está muy mal planteado,  pero no hace falta ninguna encuesta para ponerse a gritar o si no, a llorar.
Basta con estar en un aula de una Facultad de Formación del Profesorado y Educación (me da igual pública que privada), para preguntar a los alumnos qué y cuándo leen y que no sepan qué decir, en proporción de 57 a 3, o sea, que de 60, sólo 3 responden con soltura. Supuestamente a estos alumnos se les va a pedir que fomenten la lectura en el aula dentro de un par de años.
    Algunos llevamos años diciendo que lo que se hace con los libros en el aula, propiciado por el sistema educativo que ha considerado obligatoria la lectura de clásicos incomprensibles a destiempo, es una barbaridad. Cuando lo dicen unos es innovación y cuando lo dicen otros es catastrofismo, esto para empezar.
   Cuando digo obligatoria, quiero decir para hacer un examen tipo test al final de dicha lectura, por ejemplo,  de La Celestina en 1º de Bachillerato o de El Lazarillo en 3º de ESO, o de 100 años de soledad  o Pedro Páramo en 2º de Bachillerato, por no decir un resumen por capítulos de cualquier obra infantil, un martirio en cualquier caso.
Incluso en los colegios en los que además de estos clásicos ponen lecturas denominadas infantiles, tampoco suelen acertar con el qué y cuándo, porque se leen verdaderas tonterías que evidentemente a nadie invitan a leer y respecto a lo que los niños suelen decir, "es que se creen que somos tontos".
O sea, que hablamos de seres inteligentes, con capacidad para distinguir lo que les gusta y motiva y lo que no.
    Hay que ver el revuelo que se armó con la edición del primer volumen de Harry Potter, batiendo récords. Por fin los niños habían encontrado algo que les satisfacía. Y muchos adultos cualificados rasgándose las vestiduras porque aquello no tenía nivel.
    Me pregunto cuántos adultos se han hecho lectores con El Quijote, porque mi generación se hizo lectora a ritmo de Emilio Salgari (s. XIX) (chicos) y Enid Blyton (s. XX) (chicas); de ahí se pasaba a los clásicos del XIX en la famosa Colección Historias,  y a todo lo que nos apetecía y se nos ponía por delante,  precisamente porque nadie nos obligaba a leer, ya que no había lecturas obligatorias en el aula y leíamos por placer, incluso a escondidas.
    Si bien es verdad que hay que educar el gusto y el sentido estético, no es menos cierto que para crear un hábito lector hay que dar cierto margen de libertad, pero claro, para ejercerla respecto a los sufridos alumnos, hay que haber leído MUCHÍSIMO, para poder elegir lo que merece realmente la pena y no lo que  coloca la editorial correspondiente ese año y también para darles precisamente un abanico de posibilidades; pero claro, el profesor debe haber leído lo que manda leer.
    Del mismo modo, debería simultanearse la lectura con la escritura y además el profesor, para motivar, debería no solo conocer la obra (que ya no hablo de La Celestina, que supuestamente leyó en Filología), sino leer en voz alta, crear un ambiente mágico de lectura con la voz, que no es teatralizar, sino leer,  y además poder enseñar a escribir, de forma creativa, como consecuencia de la lectura.
   Son muchas cosas que nadie enseña. Algunos abren o abrimos por qué no decirlo, brechas, pero no es suficiente y en esto tienen toda la razón, hay que hacer un plan de lectura a ser posible con la cabeza, lo que implica conocimiento de lo que pasa en las aulas y no teorías de quien nunca ha entrado en ellas.
En literatura infantil y juvenil hay cosas estupendas, maravillosas, la cuestión es cómo se plantea la lectura  y lo que se hace con ella, que no es necesariamente una actividad para evaluar cada vez que se lee un libro.
Hay que dejar que la historia, que la palabra, cale, penetre, ella misma hará su labor. Lo de las actividades depende de cuáles, cómo y cuándo, ni siempre, ni nunca, porque si son evaluables, ¿dónde está la magia de la lectura? ¿cómo despertar el placer de leer con algo tedioso y obligatorio hasta ese punto?

    Terminemos diciendo que este mismo Gremio de editores tan quejoso de repente, ha suspendido hace años un Concurso de Lectura en voz alta que se inició con el editor José Mª Gutiérrez, de ediciones De la Torre, en el cual participaban varias editoriales, que estuvo en pie 10 años, en cuyo jurado tuve la suerte de participar todo ese tiempo y que patrocinaba el propio Gremio. Aquello funcionaba, los colegios e institutos de Madrid estaban entusiasmados y servía para fomentar la lectura, entre otras cosas. Pero como tantas veces ocurre en nuestro país, cuando se va, (porque es bueno cambiar de mano), quien ha inventado algo, en vez de continuar, se echa por tierra y se entierra.
¡Un poco de coherencia por favor!